LEONES EN TIEMPOS DE GUERRA, CORDEROS EN TIEMPOS DE PAZ
Pocas frases resumen tan acertadamente la naturaleza de aquellos hombres, mitad monjes, mitad soldados, que empeñaron su vida en la defensa de Calatrava La Vieja y por ende de toda la cristiandad aquel lejano año de 1158.
Calatrava, de fundación Omeya, tenía una gran importancia estratégica como baluarte avanzado de Toledo ante los moros.
Esta ciudad fortaleza había sido arrebatada a los árabes por Alfonso VII en 1148. Ante la dificultad que suponía la defensa de una región tan amplia, los caballeros del Temple, a quienes en un primer momento se les confió su protección, deciden abandonarla.
Al abandonar Calatrava los monjes del Temple, el flanco queda desguarnecido. Ante esta situación el Rey Sancho III ofrece la plaza, al valiente, que audaz, aguardara allí a los musulmanes y, valientes y audaces serán las personas que abracen esta causa, el monje Diego Velázquez, amigo personal del Rey y su abad San Raimundo de Fitero.
San Raimundo, “El Bernardo español”, nació en tierras del Moncayo, probablemente en Tarazona, de cuya catedral fue canónigo y después monje en el monasterio de Scala Dei. Por estas tierras extendió la orden del Cister. Se instaló en Yerga, con el monje Durango como abad y él mismo como prior. En 1141, se trasladaron a Niencebas, en la misma comarca.
San Sancho de Funes, obispo de Calahorra, consagró la nueva iglesia, dedicada a la Virgen, y dejó a Raimundo Sierra como Abad. Tanto Yerga como Niencebas quedarán como pequeñas dependencias de la gran abadía definitiva que pronto surgirá en el Castellón de Fitero.
Pensaba San Raimundo terminar su larga peregrinación en Santa María de Fitero, pero Sancho III había acudido a Toledo con lo más granado de su reino cuando surgió la noticia de que los caballeros templarios dejaban la fortaleza de Calatrava. Desprotegida, sería ocupada por los musulmanes. Toledo estaba, pues, en peligro.
En esta coyuntura, el abad Raimundo cree que ahora el Señor le pide este servicio por lo que, asesorado por el monje Diego Velázquez, que había sido guerrero, acepta el reto y marcha a Toledo con Diego para ofrecerse al Rey. Nadie antes se había atrevido, pero Diego era un héroe y su Abad un Santo. Se encomendaron al Señor y se ofrecieron. Los medios Dios los daría, pues la causa era buena.
Al no ofrecerse más alternativas, el Rey entregó Calatrava a los monjes de Fitero. Raimundo predicó con fervor una cruzada y logró reunir hasta veinte mil hombres en las orillas del Ebro para defender y habitar aquella comarca, a las que se añadieron los que había conseguido organizar Diego Velázquez en las cercanías de Calatrava.
Diego, antiguo guerrero, organizaba la resistencia, guerreaba con los enemigos y salvaba la plaza. Ante la multitud los árabes huyeron hacia el sur.
Para asegurar Calatrava, el abad Raimundo crea la orden de Calatrava con sus numerosas huestes, mitad monjes, mitad soldados de la que es proclamado primer Gran Maestre.
Tras cinco años de abad de Calatrava, Raimundo se retira a la villa de Ciruelos, cerca de Ocaña. Desde allí el monje velará por los monjes caballeros y rezará por ellos en los días de combate, en los días de paz les infundirá aquel espíritu de fe que les haría vencedores en las luchas oscuras del claustro.
La santidad del Abad y el recuerdo del valor guerreo de Fray Diego movieron a Sancho III a escribir lo siguiente:
“Hallóse en Calatrava un día que se ofreció rebato de moros. Vio la prisa y ánimo con que los monjes y caballeros salían al enemigo, y vio a los mismos, después de recogidos, en el coro a completas, las manos cruzadas, los ojos en tierra, cantando las divinas alabanzas con notable espíritu. Admirado de tal mudanza, dijo al abad: Paréceme, padre, que el son de las trompetas hace a vuestros súbditos lobos, y el de las campanas corderos. -Será, -respondió el santo abad, “porque aquéllas los llaman para resistir a los enemigos de Cristo y vuestros, y éstas para alabarle y rogar por vos."
Pero quien mejor refleja lo que era la vida de aquellos calatravos es el mismo arzobispo don Rodrigo, cuando escribía: "Su multiplicación es la corona del príncipe. Los que alaban al Señor con salmos se ciñeron espada, y orando gemían para la defensa de la patria. Su comida es tenue y ligera: su vestido la aspereza de la lana. La continua disciplina los prueba, la guarda del silencio los acompaña, el frecuente arrodillarse los humilla, la vigilia de noche los quebranta, la oración devota los enseña, y el continuo trabajo los ejercita." Esta era la obra del santo abad, porque Raimundo era así. Podía entonar el Nunc dimittis, y exclamar con San Pablo: Cursum consummavi.
Tras cinco años de abad de Calatrava, "haciendo igual guerra a los enemigos de la cruz, a los demonios cantando en el coro, y a los infieles peleando en el campo", lo encontramos en Ciruelos, donde, adornado de múltiples laureles, obtuvo en 1163 la victoria definitiva, corona de santo monje, palma de caballero militar fundador, que el justo juez colocó sobre su cabeza y puso en sus manos.
Por María Lourdes Marín García-Cervigón
BIBLIOGRAFÍA
MARTÍ BALLESTER, J. (s.f). San Raimundo, Abad de Fitero. Amor y Cruz.
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